Baladilla de la pena de muerte

Cantando va a trabajar
alegremente el verdugo,
silbando va a colocar
la cabeza en el tarugo.
Dándole los buenos días
saluda educado al reo,
le dice con cortesía:
-Buen tránsito le deseo.
Puede usted estar tranquilo,
yo soy un profesional,
y el hacha tiene buen filo,
nada puede salir mal.
-Le juro señor verdugo,
no debo ser su cliente,
tan sólo robé un mendrugo
yo no soy un delincuente.
-Yo le creo, pero vea
que no es ese mi trabajo,
me limito a mi tarea
¿está cómodo en el tajo?
El hacha subió y bajó,
cayó la cabeza al cesto
y el verdugo se marchó
diciendo bajito esto:
-Nada cuesta ser amable,
además… no era culpable.

© T. Galindo

Letrac la sever

No conozco la razón
de una rara tradición:
es esa costumbre rancia
la que hay de voltear
el letrero del lugar
en los pueblitos de Francia.
No tengo la menor pista,
sólo dicen «il s’agit
de confondre à l’ennemi»
y dan que hablar al turista,
los franceses… son así.

El total de la nada

 

Todo saben los muertos,
todo han atesorado,
todo es (o fue) suyo
y de nada les vale;
yo sé seguramente menos
y tengo exactamente menos,
pero me vale de la misma nada
¿no es eso un dislate matemático?
¿no es eso una incógnita metafísica
de dudosa solución, si es que la tiene?
El reparto de la nada es una cuestión enigmática
que podemos extrapolar a la riqueza,
(ya que la sabiduría es difícilmente cuantificable)
y si bien el total de la riqueza se fracciona,
y los poseedores del todo no son muchos,
tocan a algo
y algunos a bastante,
pero en partes que han de sumarse
para completar ese todo,
seamos claros: la riqueza mundial.
Contemplamos la riqueza mundial
como un gran pastel esférico
cortado en porciones,
más o menos grandes,
con cubierta glaseada o con guinda
que vemos
con la nariz pegada al cristal del escaparate.
Pero la nada no se compone de partes
los desposeídos poseen
todos y cada uno de ellos
el total de la nada.

T. Galindo ©

Aún

Porque el tiempo está siempre pasando
he perdido la rosa, la voz, el día,
la dulce trashumancia de las horas,
el perfil del adiós en estaciones,
la vaga situación de madreperla
en las tardes sin sol de los pupitres.
Camino del azar en la inconsciencia
de los caminos y de las verdades,
la esforzada indolencia en que sumerjo
las horas, la visión de los balcones,
los coletazos últimos de otoño.
Pero la nube siempre en las alturas,
siempre la misma, siempre diferente,
enseña que van las golondrinas
por el ferrocarril del horizonte,
sin salirse una uña de su trazo,
como yo permanezco en mis almenas
atento a que la muerte no me sitie,
al viento, a la razón, a los asuntos
demenciales del caos de las cosas,
del corro de los simios uniformes
y la batalla de los paralelos,
al hombre de las rayas y los cuadros
que manda en lo coral y los relojes;
atento a no perder la madreselva
que aroma mi mañana transeúnte,
que ni el río silencie sus canciones
y la hojarasca cruja y la gravilla
baile y cambie la faz de los senderos.
Vigía de las últimas posturas,
en la mayor altura de mi vida
protejo la intención de cada mirlo,
al asno que vocea las verdades
con el convencimiento de lo propio
de esparcir en lo estéril la semilla
parándose a esperar con esperanza.
Aún transito feliz hacia la espuma,
porque el amor me lleva de la mano,
nunca es después si ahora mismo puedo
leer hojas del libro del castaño
que cuentan el sosiego en la virtud
y una cierta templanza melancólica
de alegría conforme con las cosas.
Aún estoy aquí, estoy mirando,
amo tanto, persisto, río, empujo
para sacar el mundo del raíl,
aún estoy aquí como la piedra
en el zapato de los displicentes,
aún mi corazón emprende el vuelo
con cada campanada de la tarde.

  T. Galindo ©

Borrón

Guárdate, España,

de quien guardarte quiere

y sólo es alimaña

que al descuido te hiere.

Es el lobo de ayer,

disfrazado de oveja,

que ahora quiere hacer

borrón y cuenta vieja

                        T Galindo